martes, 12 de mayo de 2020

Práctica 9.


La educación en el año 2030


Hace unos días iba paseando por la calle cuando, de repente, vi una cara que me resultó francamente familiar. Se trataba, nada más ni nada menos, de un antiguo profesor mío: José Rovira. A pesar de que llevábamos casi diez años sin vernos, lo reconocí de inmediato y decidí saludarle. Sin embargo, para él no fue ten sencillo identificarme. Tal descuido no me sorprendió en absoluto, pues, ahora que llevo nueve años en el mundo de la enseñanza, me he dado cuenta de que es imposible recordar los nombres y las caras de todos los alumnos y alumnas que pasan por la vida de un docente.

José y yo decidimos ir a tomar un café para recordar viejos tiempos y, así, hablar largo y tendido sobre la Universidad de Alicante, sobre el profesorado y, en especial, sobre la compleja e insólita situación que vivimos diez años atrás a causa del Coronavirus. También conversamos acerca de las profundas transformaciones que el sistema educativo español había experimentado en esta última década. Ambos recordamos con nostalgia aquellos tiempos en los que los docentes utilizaban pizarras en sus clases, los estudiantes empleaban libros de texto, el uso de dispositivos electrónicos quedaba totalmente prohibido y los pupitres se distribuían de forma lineal para garantizar una clase expositiva.

¿Cómo había podido cambiar tanto la educación en tan solo diez años? Los jóvenes ya no llevan a clase mochilas repletas de libros, cuadernos y bolígrafos de todos los colores, puesto que en las aulas se encuentran suficientes ordenadores y tabletas para cada uno de ellos; la distribución del espacio del aula se dispone de manera que posibilite un aprendizaje cooperativo, rehuyendo, así, de aquellas clases magistrales que acababan por destruir la motivación del alumnado; los exámenes, tal y cómo los conocíamos, han desaparecido, pues ahora importa más el trabajo diario del estudiante que los resultados obtenidos en una prueba final.

A pesar de todas estas innovaciones, José y yo coincidimos en que el cambio más relevante de estos últimos años residía en la nueva reforma educativa, la cual fue implementado después de la LOMCE. La ley vigente otorga nuevas funciones al Consejo Escolar, concediendo a este órgano de gobierno un mayor poder decisorio y adquiriendo, así, una merecida notoriedad en la comunidad educativa. Gracias a esta reforma, las madres y los padres del alumnado, los docentes e, incluso, los propios estudiantes han logrado tener voz y voto en las decisiones del centro al que pertenecen. Asimismo, la asignatura de Lengua Castellana y la Literatura también se ha visto beneficiada por dicha reforma educativa. Antiguamente, la LOMCE excluyó la literatura hispanoamericana del currículum de secundaria y, por tanto, la mayoría de estudiantes se graduaban sin haber oído hablar de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Laura Esquivel u Jorge Luis Borges, por ejemplo. Todavía no entiendo cómo pudimos permitir que eso ocurriera. No obstante, la nueva reforma ha vuelto a introducir dichos contenidos, reivindicando, así, la presencia de esta literatura en las aulas de secundaria. De hecho, recientes estudios han constatado que el realismo mágico ha logrado fomentar la lectura en muchos jóvenes.

Finalmente, José y yo nos despedimos, salimos de la cafetería y cada uno prosiguió su camino. Sin embargo, estoy convencida de que, durante su trayecto, estuvo pensando en la conversación que acabábamos de mantener, pues eso mismo es lo que me ocurrió a mí. El tiempo pasa inexorablemente y, a veces, necesitamos parar y sentarnos a reflexionar sobre todo los cambios que han acontecido, sobre cómo era el mundo antes y sobre cómo es ahora. Solo así podemos valorar realmente lo que tenemos. Es por ello por lo que estoy escribiendo esta carta, pues desconozco si José y yo nos volveremos a encontrar en el futuro y, francamente, me gustaría que dentro de diez años alguien me recordara, otra vez, cómo era mi vida antes. Aunque ese alguien sea yo misma.




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