sábado, 7 de marzo de 2020

La mirada del otro


La mirada del otro



Como dijo Ernest Cline, escritor de ciencia ficción y guionista de cine: «La realidad no me entusiasma, pero sigue siendo el único lugar donde se come decentemente». No podría estar más de acuerdo La vida cotidiana dejó de ser interesante para mí cuando mi profesora de castellano nos pidió que leyésemos El valle de los lobos, de Laura Gallego. Nunca había envidiado tanto la vida de un personaje. La historia narra las aventuras de una adolescente con poderes sobrenaturales, estudiando magia en una torre encantada, buscando unicornios y hablando con espíritus. Ese mismo verano le pedí a mis padres que me compraran todos los libros de Crónicas de la torre. Nunca les había visto tan entusiasmados. Después de leerlos, mi vida diaria me parecía aburrida, monótona, sin sobresaltos ni emociones. Mi único consuelo se hallaba en los libros de fantasía y de ciencia ficción. Así empezó mi afición por la lectura.
.
Poco tiempo después, empecé a leer Harry Potter por las tardes, cuando terminaba el instituto. También vi todas sus películas. De hecho, mis padres y yo las vemos siempre en navidades. Creo que se ha convertido en una especie de tradición familiar. Me encanta explicarles las diferencias entre los libros y las películas. Mis padres fueron los que me motivaban a seguir leyendo y me recomendaban novelas que creían que me gustarían como, por ejemplo, La historia interminable, de Michael Ende.  Debo reconocer que me cautivó por completo. Nunca ningún libro me había hecho llorar de ese modo.

En el instituto leíamos de todo: novelas de aventuras, policíacas, románticas, poemas, obras de teatro…Sin embargo, esas lecturas no conseguían llenarme por completo. No me disgustaban, pero me parecían tan simples y aburridas como la propia realidad. Necesitaba algo más. Necesitaba magia. Todo ello cambió cuando llegué a 4º de la ESO y descubrí una nueva faceta literaria: el realismo mágico. Leímos en clase algunos fragmentos de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Estos fragmentos contenían una gran cantidad de elementos fantásticos, tales como profecías, apariciones de difuntos, mujeres que salían volando sin previo aviso, etc. Me fascinó tanto que me vi en la obligación de leérmelo. No obstante, mis padres me aconsejaron que esperara un poco, pues se trata de una novela larga y complicada.

Fue así como empezó mi afición por el realismo mágico. Mi profesora me recomendó algunas obras pertenecientes a la literatura hispanoamericana como, por ejemplo, La casa de los espíritus, de Isabel Allende. Finalmente, cuando terminé 1º de Bachillerato, llegó el momento tan esperado: mis padres me regalaron Cien años de soledad. Ahora puedo afirmar, casi con total seguridad, que es el mejor libro que he tenido entre mis manos. No obstante, tengo claro que ningún hijo mío se llamará Arcadio.


3 comentarios:

  1. Me ha encantado el tránsito desde lo fantástico al realismo mágico. Aunque algunas obras son posteriores, me he sentido identificado con esta alumna, muchos años después...

    ResponderEliminar
  2. Es que el realismo mágico y, en especial, García Márquez atrapa... totalmente identificada.

    ResponderEliminar